Tuve que correr,
cuando la vida dijo ve.
No hubo manera de pararme.
Correr que fue volar.
Beber de un solo trago todo el mar.
Y no sació mi sed el agua.
Tuve que correr,
cuando en el viento pude oír
que igual que vine habría de marcharme.
[...]
[Tuve que correr]
Antonio Vega, Anatomía de una ola, 1998.
La intención de crear este blog, hace un montón de años, fue la de habilitar un atril desde el cual reírme o desahogarme a gritos de todo cuanto en este mundo me cabreaba. Afortunadamente no ha sido así. De la arrogancia inicial, poco a poco este montoncito de patrañas, reflexiones de a medio pelo y otros tantos calificativos se merezcan, han ido dando forma a esta bitácora personal, irregular e indiferente a las audiencias con la que quizás, por si llego a viejo y mi memoria tienda a inventarse las cosas, pueda resolver por qué fui lo que fui en su momento. Porque por ahora no lo tengo nada claro.
Por eso hoy no puedo de dejar de dedicarle cuatro líneas a Deogracias Robles Gutiérrez, gerente del Grupo industrial Robles, Rogu Iluminación, un cliente y sobre todo un amigo. Un gran tipo, tan duro y cabezón como su apellido, con una profesionalidad y experiencia impagable que, a pesar de los graves problemas de salud que le acuciaron a lo largo de su vida, no se rindió donde los demás lo hubiéramos hecho. Aún cuando, ya teniendo la fortuna hecha, podía haber mandado todo al carajo para lamerse las heridas en un retiro dorado. Creativo y motivador hasta el último aliento, pero ya muy débil, no hacía una semana que me había llamado por última vez para contarme sus ideas para los proyectos que estábamos preparando en esta nueva etapa. Y es que había sorteado tantas veces la muerte que ya no creía en ella.
Recuerdo con humor cómo lo conocí cinco años atrás. En la primera reunión que mantuvimos para negociar una colaboración, yo llegaba tan loco y quemado por mis últimas experiencias que no dudé en hacerme el harakiri soltándole que había venido por cortesía, que dejaba este oficio, que no me compensaba tanto esfuerzo, que necesitaba un cambio y prefería dedicarme a cualquier otra cosa. Cualquiera hubiera puesto tierra por medio, un diseñador desencantado no es más que una fuente de problemas. Sin embargo él debió de apreciar mi sinceridad porque durante semanas insistió ofreciéndome la suficiente estabilidad, medios y retos como para que cambiase de opinión. Luego vinieron centenares de horas en reuniones maratonianas, trabajando codo a codo, encuentros y desencuentros de los que extraigo su humanidad y su generosidad al compartir sin límites el conocimiento acumulado en cincuenta años de profesión, superando ampliamente los recelos que se suele tener a la hora de manejar información sensible con un externo a la empresa. Ahora siento que me faltó romper las distancias, darle un apretón de hombros y mucha fuerza en sus horas bajas de la quimio. Pero es igual, en su cabeza nunca cupo rendición alguna.
Y lo noté en los suyos el día de su entierro. Ese apego a la empresa, ese montón de anécdotas contadas con cariño, esa certeza de formar familia y estar dispuestos a pelear y mantener su legado y su amor por las cosas bien hechas.
Descansa en paz, estimado amigo. Fue un placer trabajar contigo.
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