28 septiembre 2014

AZUL INTENSO


[...]
This world is a veil
and the face you wear
is not your own.


[Nic Pizzolatto "True Detective"]




Film & Edit by Willem Martinot

El bendito día que asumí que no sería nadie relevante en mi profesión, me quité un enorme lastre de encima. Desde entonces, en vez de andar por ahí tenso por demostrar a mis clientes lo "estupendo" que soy, pude concentrar todos mis esfuerzos en hacer mi trabajo lo mejor posible. Como un artesano minucioso.

Vale que un diseñador sin ego suena antinatural. Que es difícil no sentirse el rey del mambo cuando cuatro gerentes industriales te llaman el lunes para cuadrar sus agendas contigo. Pero también han sido demasiados los meses pasados en balde en los que aprendes que todo es relativo y que cuando estás en el lado oscuro nadie dará la cara por ti.

En contrapartida, mis neuronas, ahora alegres y despreocupadas, me han hecho propenso a no prestar atención a las fugaces luces rojas que surgen si no tienen estrecha relación con lo que hago. No me refiero a que si un cliente me va a fallar, en estos casos la experiencia me ha enseñado a verlos venir y en cada caso he entrado al trapo o no según he valorado que podría manejar la situación. Más bien hablo de esos momentos de la vida en los que la realidad se acaba mostrando irremediable como una bofetada en frío, dejándote descolocado como un imbécil preguntándote por dónde ha venido. Este es el caso que aquí voy contar y que me ocurrió durante un breve periodo de tiempo en el que tuve la oportunidad de realizar proyectos de interiorismo para el sector hotelero en Europa central.


Ocurrió que un día, anotando planos en la penumbra de un rincón de una obra, vi aparecer a contraluz la silueta de la secretaria de mi cliente para avisarme que el susodicho me esperaba fuera para ir a comer. Me sacudí el polvo como pude y salí a la luz a reunirme con él en su flamante Bentley CGT.

- No te preocupes - me dijo risueño en inglés - luego mando que lo limpien.

El almuerzo se celebraba en el reservado de un histórico y precioso restaurante modernista plantado en mitad de un parque. Compartíamos mesa con el alcalde de la ciudad, el jefe de la policía local, con quienes ya había comido en otra ocasión, y como novedad acudían también dos representantes de una constructora española. No tardé mucho en sentirme fuera de lugar en una conversación que giró en torno a una promoción con la que estos dos, indiferentes al desastre monumental que la construcción había dejado en España, venían aquí a dárselas de grandes empresarios pretendiendo especular ladrillo a costa del erario público.

El alcalde, que no era tonto, no soltaba prenda que le pudiera comprometer. Y los dos constructores, malinterpretando su silencio, creyeron causar impresión y se desbocaron a voces recitando sin pudor todas las artimañas posibles con las que puentear cualquier normativa municipal o estatal que pusiese en peligro el fabuloso negocio que aquí planteaban. Y de remate proponían unas migajas para la construcción de un parque infantil con la que tocar la fibra emocional de los vecinos. Era puro cliché, no me lo podía creer.

- Y se entiende que todos los aquí presentes están invitados a participar en la sociedad - puntualizó uno volviéndose hacia mí, seguramente pregúntandose también qué puñetas pintaba yo ahí. Distraído por la vergüenza ajena que me causaban, di un respingo y me disculpé que quizás en otro momento.

Entonces, el alcalde tomó la palabra y solicitó una buena presentación en la que se reflejase un pliego de condiciones que su oficina les haría llegar, de manera que el ayuntamiento pudiese presentar el proyecto como suyo propio. Mi cliente me señaló:

- Harris podrá prepararlo - pero de nuevo rechacé la oferta excusándome por sobrecarga de trabajo.

De vuelta al coche, parados en un stop en las afueras de la ciudad, no pude evitar de mirar sobrecogido la gran mancha de aceite y los restos de cristales rotos en la calzada que marcaban el punto exacto donde dos días antes habían acribillado con fusiles de asalto a un empresario.

- ¿Qué vas a hacer ahora? - preguntó mi cliente recuperando la marcha.

- Me gustaría acercarme a la obra.

- ¿Por qué no me acompañas a comprar ganado?

- Imposible, sabes que mañana me vuelvo a Valencia y tu gente se va a las tres. Me queda muy poco margen - contesté sorprendido por esa faceta que hasta ahora desconocía de mi cliente.

- La obra está muy avanzada, con lo que has hecho estos días es suficiente para poder acabarla. Tómate la tarde libre y acompáñame, vas a conocer gente auténtica, ya verás. Me trae recuerdos de cuando era niño.


Era una tarde gris de finales de diciembre, de truenos distantes y lluvia fina. Nos dirigíamos en silencio hacia un punto indeterminado en la montaña seguidos por un viejo Skoda en el que viajaban Carl, la mano derecha de mi cliente y encargado de su seguridad y Vasily, un ex-boxeador de la vieja Unión Soviética encargado de la obra. Era un tipo grande como un tanque pero noble y vacilón con el que había confraternizado bastante. Especialmente desde cuando lo levanté de la cama exigiéndole que llamara a toda su cuadrilla, que en 5 días teníamos una inauguración y hasta entonces se trabajaba día y noche. El tipo, con las legañas aún tiernas, había dudado si arrancarme la cabeza, pero se calmó en cuanto vio que esos días los trabajé codo a codo con ellos.

De repente el paisaje cambió abruptamente. Tuve la sensación de que habíamos cruzado la frontera, los pueblos parecían desiertos, sin gente en las calles, apenas unos coches y por doquier la maleza crecía hasta las rodillas. En las afueras de uno de estos pueblos, un grupo de chavales, rapados, flacos y ojerosos, con camisetas del Barcelona CB y metralletas de plástico en las manos nos miraron desafiantes al pasar.

- ¿Por qué nos has querido entrar en la sociedad? - me preguntó de sopetón el cliente.

- ¿Para qué me has traído a esta comida?

- No me has contestado.

- Bueno... esos son unos constructores locales que no les dio tiempo de dar el pelotazo en España y ahora vienen aquí a intentarlo de nuevo. Son unos bocazas ¿No te fijaste cómo hablaban? Parecía una parodia, la gente seria no habla así con tanta indiscreción. Me da que van de farol, que no tienen solvencia ni empresarial ni económica. Además yo no tengo pasta.

- Te la hubiera prestado. ¿Y por qué no has querido hacer la presentación del proyecto? Con el respaldo del alcalde y el mío eso era un cheque en blanco. Te estábamos haciendo un regalito.

- Gracias, me halaga el gesto, pero sinceramente dudo que esta gente me pagase.

- Deberías saber que la condición para que se celebrase esta reunión era que debían ingresar sesenta mil euros en una cuenta de un banco de aquí. Una demostración de buena fe.

- No lo sabía - dije desconcertado - Bueno, era sólo mi impresión...

- Y eso quería oír. ¿Has hablado con tu mujer sobre veniros a vivir aquí?

- Algo...

- Te lo digo en serio, te podría pasar una nómina todos los meses y facilitaros casa y coche para que os instaláseis. Puedo presentarte a mucha gente importante, también de la capital. Aquí hay mucho dinero durmiente. Prosperarías muy rápido, te lo aseguro, tienes un perfil que encaja bien. España está kaput y esto no es el paraíso, pero al menos aquí tu y tu familia tendríais un futuro.

- ¿Crees que lo que está pasando sólo es en España? - respondí un ligeramente ofendido - ¿Crees que no llegará aquí?

- Para la gente corriente puede que sí...

- Te recuerdo que el alcalde tiene elecciones el año que viene - le dije con muy mala leche.

- No seas ingenuo, esto es sólo una ciudad de provincias, aquí nunca pasa nada, nada cambia, trabajamos para eso.


Llegamos a una pedanía de unas veinte casas, el ganadero con quien negociar era un gigante de unos 70 años vestido de explorador Coronel Tapioca, con gorra y todo. Como no entendía nada del idioma, me entretuve mirando los establos. Me alertaron unos gritos y cuando me asomé pude ver al ganadero colorado como un tomate, dando voces y señalando el coche con sorna. Era evidente que el tipo nos estaba invitando a que nos marchásemos por donde habíamos venido.

- ¿Salió mal la cosa? - le pregunté una vez en el coche.

- Que va, pura pantomima. Mañana vuelve Carl y cierra la compra.

Me di cuenta que estábamos rodeados por media docena de tipos con el pinganillo bluetooh del teléfono en la oreja.

- ¿Y a estos que les pasa? ¿Operan todos en bolsa? - exclamé medio mosca.

- Ni caso, son unos fantasmas - dijo mi cliente arrancando.

De vuelta al hotel, me acerqué un momento a la obra para echarle un último vistazo por si hubiera surgido algún problema. A pesar de ser sólo las cinco de la tarde, ya era de noche cerrada y allí no quedaba un alma. Apenas unos minutos después de haber encendido el cuadro de luces, me topé con Carl en el umbral de la entrada. Tan sigiloso que tuve la sensación de que llevaba ahí un buen rato observando.

- Hoy hemos matado una vaca. Mi mujer prepara muy bien la carne y ya que mañana te vas, me preguntaba si te apetecería venir a mi casa a comer un poco.

- ¿No la habrás atropellado? - le vacilé haciendo referencia a su estilo fitipaldi para conducir.

Carl es un alemán (quizás del este) de unos cincuenta años, de cabeza extraordinariamente cuadrangular, gafas de pasta, pelo lacio, piel encendida y nariz alcohólica. De esos que parecen que lleven toda la vida alimentándose exclusivamente de salchichas y cerveza. Sin embargo es un tipo afable, discreto, se mantiene siempre en un segundo plano y tiene pasión por los vinos contundentes con deje a tierra. En alguna comida de batalla mientras buscábamos materiales, lo había visto capaz de gastarse 400 pavos en un vino para acompañar unas pizzas rancias que no costaban ni 3 euros.

En las afueras de la ciudad llegamos cerca de un grupo de casas alineadas a la carretera. Paró el coche en la cuneta, saltamos una cancela y le seguí intrigado campo a través hasta llegar a la parte posterior de la primera casa. Ahí me topé de bruces con una escena que aún hoy me persigue: temblando sobre el suelo mojado de un guardacoches, había un tipo en calzoncillos, boca abajo, empapado, calado de frío y miedo y con las manos atadas a la espalda con un alambre fino. Casi pisándole las narices con sus botas militares había tres hombres fumando y hablando entre sí. Uno de ellos giró la vista y saludó a Carl con la mano. Los otros dos no levantaron la vista, como si no existiéramos. Seguimos caminando hacia la segunda casa, Carl, al ver mi cara descompuesta intentó tranquilizarme:

- Oh, no te preocupes, no es nada, es un mal tipo, sólo lo están mojando un poco para que razone.

- ¿Y era necesario que yo lo viera? - le dije apretando los dientes para disimular mi ánimo baldado e inmediatamente me avergoncé por la hipocresía de la pregunta. Carl, sin parar la marcha, contestó medio riendo:

- Bueno, eso nunca se sabe...

Cuando llegamos a su casa, su mujer nos recibió con gran afecto, nos sentamos en el salón para comer la carne asada cortada en dados, servida deliciosamente en un cuenco y acompañada de un aguardiente seco. Sin saber cómo manejar esta situación pero violento por lo que me había sonado a amenaza, mis neuronas iban tan encabronadas que terminé por cubrirme de gloria preguntándole sin rodeos por qué le faltaba el dedo anular de su mano izquierda.

- Nuestra hija murió en un accidente de coche.

- Lo lamento... - me disculpé adivinando el resto.

Sonó su teléfono móvil, contestó y me dijo:

- Es el jefe. Tiene una cena de negocios en el restaurante del hotel y le gustaría que acudieras.

Tras dudar un momento, Carl decidió omitirme la escena del garaje y volvimos al coche caminando por la carretera. Obviamente no me quedaban ganas de preguntarle por qué puñetas dejaba el coche a medio kilómetro de su casa.

- Vais a cenar con uno de las familias que controla el gas en Argelia - me informó - Ha venido con su mujer y una asesora en inversiones.


Llegué al hotel a tiempo de darme una ducha y cambiarme. Bajé al restaurante donde todos ya habían llegado. A pesar de que el asado de cordero tocó el cielo apenas probé bocado, sólo tenía ganas de beber y beber, beberme la bodega entera del restaurante. Pero por cortesía a los invitados me contenté con una inexplicable cerveza sin alcohol. En la sobremesa, en cuanto el protocolo me lo permitió, me escapé al porche del restaurante desesperado por fumarme un cigarro.

Apenas lo había encendido, cuando oí decir a mis espaldas en francés:

- Por fin encuentro a alguien que fuma.

Me di la vuelta y me encontré al hombre de negocios argelino. Cara a cara se me parecía mucho al rey de Marruecos. Incluso en la edad.

- Veo que has optado por lo local - dijo señalando mi cigarro marca "kutrencigarretten"

- Bueno, después de tres semanas se me han agotado las reservas y no me ha quedado otra que integrarme - reí acercándole fuego.

- Eso está bien - rió dando una bocanada - He visto esta tarde tu restaurante, está quedando muy bien, enhorabuena, buen trabajo.

- Gracias, muy amable. ¿Está siendo un viaje fructífero?

- Derivados lácteos y huevos.

-¿Perdón? - me sorprendió que alguien cuyo negocio era nada menos que el gas se moviera también por perecederos.

Captó mi reacción:

- El producto da igual, compras donde sobra y lo vendes donde falta. Se trata es de mover el dinero de un lado para otro para hacerlo productivo.

- Siempre que haya demanda - puntualicé.

- No - rió - La demanda se puede generar. Todo lo que ocurre en este mundo, créeme, todo lo que ocurre tiene su patrocinador. Se trata de tocar las teclas adecuadas.

- Suena a teoría de la conspiración...

- Qué va, sólo son negocios. Aunque ciertamente la apuesta es escalable.

Y a veces se pasan de frenada, pensé mirando el cielo vacío de estrellas. El mundo en manos de unos ludópatas. Aquí fuera tronaba y hacía un frío invernal que me cortaba la cara.

El tipo apagó la colilla.

- Oye, me gustaría que conocieras a mi familia. Precisamente ahora estamos promocionando 35 apartahoteles de lujo en Argelia. Me gustaría que vinieras a verlos y me dieras tu opinión. Tengo un avión, si te parece bien, dentro un par de semanas podría ir a recogerte, visitaríamos uno de los apartahoteles, hablamos de cómo podríamos colaborar y por la tarde estarías de vuelta en Valencia. Sólo te cogería un día, te lo prometo.

- Gracias, acepto tu invitación - le dije e intercambiamos tarjetas.

- ¿Cómo es que hablas francés? - me preguntó al abrirme la puerta del restaurante.

- Soy medio inglés, medio francés.

- Ah - dijo haciendo un mohín de disgusto - pensaba que eras español.

- También lo soy - contesté y entendí que el negocio se acababa de ir al carajo dejándome en la duda de que si era por cuestiones de seguridad (las tensiones en esa zona en los últimos años eran palpables) o bien porque resultaba que el adalid de la globalización tenía prejuicios nacionalistas. Eran tiempos confusos.

Cuando por fin se acabó la sobremesa y conseguí escaparme a mi habitación, me dispuse a saquear el mini bar a cuenta del cliente. Apenas le había dado dos sorbos al mini Chivas cuando sonó el móvil. Su secretaria me esperaba abajo para llevarme a la discoteca de un pueblo cercano.

- Ya que nos vas a diseñar una, hemos pensado que deberías ver ésta porque está teniendo mucho éxito entre la gente de la ciudad.

Bajé al hall a regañadientes, profesionalidad ante todo, y la encontré acompañada de una chica de un metro ochenta tan inusualmente hermosa que me costó discernir si era real o el recorte de una revista de moda.

- Es mi prima, vive en Cerdeña, ha venido para pasar la navidad, esta noche viene con nosotros.


Al día siguiente, a las seis de la mañana, cuando bajé al hall del hotel pude ver a mi cliente hablando con Carl. Rara vez les había visto cruzar palabra, pero ahora, la forma en que se dirigían el uno al otro me sugirió la idea descabellada de que quizás tenían los papeles intercambiados y que mi cliente era sólo la parte visible, la cara bonita del negocio.

- ¿Has desayunado? - me peguntó Carl, haciendo ademán de llamar al camarero.

- No, gracias, déjalo, ya lo haré en el aeropuerto - respondí dándole la maleta al chofer. Lo cierto es que tenía ganas de desaparecer lo antes posible.

- Entonces, buen viaje - me dijo mi cliente dándome la mano - Hablamos la próxima semana.

- Sí, claro - mentí, plenamente consciente de que jamás los volvería a ver, puesto que así lo había decidido esa misma noche. Y de repente, en contra de mi principio de mantener distancia con mis clientes para evitar que las peleas pasen al terreno personal, sentí una profunda tristeza y no pude evitar darle un abrazo. Supongo que fue fruto de mi profunda gratitud y simpatía hacia alguien que durante dos años había confiado ciegamente en mi trabajo y se había esmerado mucho para que lo hiciera lo más cómodamente posible, haciéndome creer que en esta profesión tan cabrona aún es posible prosperar. Y ahora tenía el pálpito de que las cosas se le iban a torcer, como efectivamente pude comprobar varios meses después.

Recuerdo la soledad de aquella mañana, sentado en un banco del aeropuerto. Me sentía triste y vacío por esta otra etapa de mi vida que llegaba a su fin. Durante dos años había invertido mucho esfuerzo, dinero y entusiasmo, hasta el punto de desatender al resto de mis clientes y así poder focalizar toda mi atención en esta apuesta. Pero era evidente que me estaba metiendo en un berenjenal del que después me habría costado mucho salir.

No sé... corrupción, estafa, extorsión, delincuencia, crimen... son casos que a diario escuchamos o padecemos, pero casi siempre los interpretamos como incidentes aislados, independientes. Jamás había comprobado personalmente, aunque sólo fuera de refilón, la causal relación que todos tienen entre sí, dando engranaje al verdadero motor que mueve este mundo. Adivinen cuál.

Pero por encima de todo, lo que más me dolió es que se me mostrara tan fácil... tan al alcance de la mano.

Era la navidad del año 2009. El mundo entero aún se asomaba y palidecía de vértigo ante el tremendo agujero negro que unos putos tarados habían causado amparándose en un sistema sin control para el que ellos mismos habían dictado las reglas. En todas partes del planeta millones de personas estaban perdiendo su trabajo y sus ahorros abocándose muchos a una miseria que nadie se merece.
Yo me encontraba en una terminal del aeropuerto de Schwechat en Viena. A través de los ventanales podía ver caer los primeros copos de nieve en la pista provocando retrasos en los vuelos. Llevaba tres semanas fuera de casa y ahora lo único que deseaba era al menos llegar a tiempo para recoger por sorpresa a mi hijo en su último día de colegio antes de las vacaciones. Luego tocaba volver a empezar, otra vez, pero ahora sentía que algo se había roto y temía estar a punto de cruzar ese umbral a partir del cual mi vida profesional tendría más pasado que futuro.



St. Paul & The Broken Bones - Don't Mean A Thing (Live at the LC King Factory, 2013 Bristol Rhythm & Roots Reunion, Tennessee )

* St. Paul and The Broken Bones es una banda de soul formada en el año 2012 y con base en Birmingham, Alabama. De su primer disco Half the City (Single Lock Records, Febrero del 2014) se extrae esta canción.


corrupción crisis reflexiones humano


2 comentarios:

  1. Por fin has vuelto. No es precisamente con una nota alegre, pero de tu blog no esperamos chucherías. Estos meses me he dado cuenta de lo que representa como punto de referencia.
    Un desplazado

    ResponderEliminar
  2. Son muy amables tus palabras, muchas gracias.

    ResponderEliminar